Estel·la llega al conservatorio a las siete en punto. Se saca apresudaramente la chaqueta, el gorro y la bufanda, y los coloca en uno de los dos grandes percheros que hay en el hall. Una señora le pregunta algo en finlandés, ella supone que se refiere al lugar del concierto, y le indica las escaleras que conducen a la Sala de Música de Cámara. La señora asiente con la cabeza pero toma un rumbo distinto.
Tras ese confuso encuentro, Estel·la sube las escaleras y se sorprende cuando escucha el Allegro de la Sonata op. 114 de Brahms. Sólo pasan dos minutos! Tanta puntualidad la mata, ¿qué es eso de empezar un concierto con solo cuatro personas de público? ¿No pueden esperar como mínimo cinco minutos a ver si llenan un poco más la sala? Decide esperar a que acaben de tocar el primer movimiento para entrar cuidadosamente en la sala. Entretanto llega la mujer, que después de andar dando vueltas acaba encontrando el lugar. Sólo entonces Estel·la se da cuenta que va acompañada de un jóven, seguramente su hijo por la actitud casi servil que desprende. El jóven es alto y delgado, lleva gafas y parece tímido, no para de mirar al suelo y de afirmar con la cabeza cada vez que su –supuesta- madre le da alguna indicación u orden (eso Estel·la no lo puede corroborar ya que hablan un idioma que apenas conoce). La mujer parece cansada; sus quilos de más piden a gritos un sitio donde dejarse caer, y además va recubierta con una chaqueta de invierno que le imposibilita una respiración cómoda. Se apoya en el paraguas. Mantiene la compostura como puede respirando sonoramente, su cansancio y nerviosismo se hacen ver. Para la mujer, el Allegro que suena es más bien triste. Como no puede más, decide sentarse en el sofá, ya se levantará para el Adagio. Entonces, cuando el primer movimiento acaba, Estel·la entra sigilosamente y se sorprende de que nadie más la acompañe. Escoge la primera silla que queda a su derecha para no hacer más ruido del estrictamente necesario y pasar desapercibida (ya se sabe que en un concierto de "música culta" no se puede tan siquiera toser entre movimiento y movimiento). Empiezan a tocar el Adagio y de repente irrumpen en la sala la mujer y su hijo, como quien no quiere la cosa. Parecen nerviosos, casi podría decirse que ansiosos; han roto con la norma, y además han conseguido todo lo contrario a lo deseado: de repente son ellos el centro de atención, y los músicos (durante apenas un segundo) pasan a un segundo plano. Estel·la le facilita a la madre un sitio vacío que queda a su lado, ella acepta rápidamente, dejando a su hijo desamparado -parece preguntar con su cara de incredulidad dónde sentarse. La mujer se desentiende y por fin muestra un rostro de satisfacción: está sentada y escuchando el preciado concierto. El hijo, en cambio, se muestra cada vez más tenso, aunque no entiende bien por qué. Lo cierto es que no sabe donde sentarse, aunque la sala (que tiene una capacidad para 300 personas) está prácticamente vacía (puede que haya diez personas de público). Cualquier opción que elija exige un valiente esfuerzo por su parte, ya que o bien saca las chaquetas para ocupar unas sillas que quedan a su lado (ruido, que se hará notar inevitablemente) o bien pasa por delante de la primera fila, rozando literalmente a la clarinetista, para ir a ocupar un sitio disimulado detrás de una gran columna. Como ésta es la opción menos ruidosa –que no menos visible-, es a la cual accede. Por fin respira tranquilo en su escondijo. Qué pensará el público? Qué desfachatez la de este jóven! Qué pensarán los músicos? Gracias por interrumpir y desviar nuestra atención!
La música parece seguir implacable a los hechos. Al final del concierto, Estel·la habla con la pianista, y ésta le comenta entre risas “Did you see this boy crossing through the middle of the concert?".
Tras ese confuso encuentro, Estel·la sube las escaleras y se sorprende cuando escucha el Allegro de la Sonata op. 114 de Brahms. Sólo pasan dos minutos! Tanta puntualidad la mata, ¿qué es eso de empezar un concierto con solo cuatro personas de público? ¿No pueden esperar como mínimo cinco minutos a ver si llenan un poco más la sala? Decide esperar a que acaben de tocar el primer movimiento para entrar cuidadosamente en la sala. Entretanto llega la mujer, que después de andar dando vueltas acaba encontrando el lugar. Sólo entonces Estel·la se da cuenta que va acompañada de un jóven, seguramente su hijo por la actitud casi servil que desprende. El jóven es alto y delgado, lleva gafas y parece tímido, no para de mirar al suelo y de afirmar con la cabeza cada vez que su –supuesta- madre le da alguna indicación u orden (eso Estel·la no lo puede corroborar ya que hablan un idioma que apenas conoce). La mujer parece cansada; sus quilos de más piden a gritos un sitio donde dejarse caer, y además va recubierta con una chaqueta de invierno que le imposibilita una respiración cómoda. Se apoya en el paraguas. Mantiene la compostura como puede respirando sonoramente, su cansancio y nerviosismo se hacen ver. Para la mujer, el Allegro que suena es más bien triste. Como no puede más, decide sentarse en el sofá, ya se levantará para el Adagio. Entonces, cuando el primer movimiento acaba, Estel·la entra sigilosamente y se sorprende de que nadie más la acompañe. Escoge la primera silla que queda a su derecha para no hacer más ruido del estrictamente necesario y pasar desapercibida (ya se sabe que en un concierto de "música culta" no se puede tan siquiera toser entre movimiento y movimiento). Empiezan a tocar el Adagio y de repente irrumpen en la sala la mujer y su hijo, como quien no quiere la cosa. Parecen nerviosos, casi podría decirse que ansiosos; han roto con la norma, y además han conseguido todo lo contrario a lo deseado: de repente son ellos el centro de atención, y los músicos (durante apenas un segundo) pasan a un segundo plano. Estel·la le facilita a la madre un sitio vacío que queda a su lado, ella acepta rápidamente, dejando a su hijo desamparado -parece preguntar con su cara de incredulidad dónde sentarse. La mujer se desentiende y por fin muestra un rostro de satisfacción: está sentada y escuchando el preciado concierto. El hijo, en cambio, se muestra cada vez más tenso, aunque no entiende bien por qué. Lo cierto es que no sabe donde sentarse, aunque la sala (que tiene una capacidad para 300 personas) está prácticamente vacía (puede que haya diez personas de público). Cualquier opción que elija exige un valiente esfuerzo por su parte, ya que o bien saca las chaquetas para ocupar unas sillas que quedan a su lado (ruido, que se hará notar inevitablemente) o bien pasa por delante de la primera fila, rozando literalmente a la clarinetista, para ir a ocupar un sitio disimulado detrás de una gran columna. Como ésta es la opción menos ruidosa –que no menos visible-, es a la cual accede. Por fin respira tranquilo en su escondijo. Qué pensará el público? Qué desfachatez la de este jóven! Qué pensarán los músicos? Gracias por interrumpir y desviar nuestra atención!
La música parece seguir implacable a los hechos. Al final del concierto, Estel·la habla con la pianista, y ésta le comenta entre risas “Did you see this boy crossing through the middle of the concert?".
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ResponEliminaBona descripció, Estel·la!!!
ResponEliminaM'ha de traduir la frase del final que m'he quedat a dos veles:
Una abraçada
You're riding the wave! Anda! como la famosa Bossa!
ResponEliminaUn besazo preciosa!
traduccio de la ultima frase: "Has vist aquest noi creuant pel mig del concert?"
ResponEliminamerci pels vostres comentaris!